miércoles, 23 de febrero de 2011

Adoro las sorpresas, pero no las grandes sorpresas. Sorpresas como ir por la calle y que te sonría un desconocido. Sorpresas como que alguien te llame solo para preguntarte qué tal estás, sin nada más de lo que hablar. Sorpresas como un abrazo sin ton ni son. Sorpresas como descubrir cinco minutos sin planificar en tu acelerada agenda y dedicar un rato a soñar, ¡oh, esto si que es lo más!

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