miércoles, 16 de febrero de 2011

Antes de él no me gustaba el helado, ni el chocolate, ni caminar, ni los días de puro sol. Antes de él solía ser bastante superficial en cuanto a mis relaciones, creía en los príncipes azules perfectos, no tenía —grandes— motivos para levantarme a la mañana ni para sonreír constantemente. Antes de él tenía una idea diferente del amor y de lo que era estar con alguien, lo que podía llegar a significar. Suena tonto, pero me hizo madurar mucho 'estar' con una persona como él estos últimos… Ocho meses. Antes creía que todas las relaciones de pareja eran lo mismo, a fin de cuentas, es decir, que todas se basaban en un “procedimiento” básico: Salir al cine, abrazarse, decirse “te quiero” y caminar tomados de la mano. Ahora entendí que es algo mucho más profundo que eso. Es necesitar la compañía del otro, es desear que sus labios toquen los tuyos sea donde sea, cuando sea, como sea. Es desarrollar cierta dependencia para con la otra persona, cierta conexión: Si el otro está mal, tú estás mal; si el otro está bien, tú estás bien. Y no solo eso, sino también el hecho de descubrir cuándo el otro está bien y cuándo está mal, sin que siquiera lo insinue, así como también tener ganas de compartir los sentimientos. Es hacer lo posible por levantar al otro cada vez que caiga, brindarle tu hombro cada vez que necesite llorar, una mano cada vez que no pueda con una carga muy pesada. Es sacrificar una parte de ti y sentir placer por hacerlo. Es sonreír con ganas a pesar de todos los problemas. El amor, o el estar de novio, es un montón de cosas, mucho más intensas que solo escribir o decir: "te amo", es demostrarlo, es sentirlo hasta al punto de que duela. Ahora lo se, gracias a él.

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